PLACENCIA, EL MODELO-PAÍS
Los hombres que parecían buenos resultaban malos y los que parecían malos
realmente lo eran.
En el reino de “Placencia” todo era extremadamente especial.
Las mujeres orinaban paradas y eran de pelo en pechuga. Los hombres
orinaban sentados y vestían prendas de dudosa fama. Ellas eran jefas de casa y
sus maridos sus cocineros, aseadores y mucamos. Ellas jugaban billar, bebían
ron con alquitrán, escupían por la colmillera, soltaban tacos y flatos, y se
iban a los puños con facilidad, domaban potros salvajes, animaban peleas de
perros y gallos, practicaban deportes de los más extremos, violaban y mataban
en serie, y ellos eran abstemios, bebían leches y jugos, los sábados bañaban a
los perros y los sacaban a pasear junto con los niños y por la noche iban al otro lado de la calle para dejar en la
puerta de los vecinos la mierda de los gatos. Los domingos asistían a misa mayor y por las
tardes se reunían para comer galletas con chocolate y divertirse tejiendo o
bordando o con adivinanzas y otras pendejadas, y hacían competencias de juegos
de mesa, como damas españolas o chinas o “el salto del triquitraque”, cuya
naturaleza y desarrollo el pudor no nos permite describir.
Los niños nacían viejos y los viejos morían niños. Los recién nacidos
tomaban asiento en la mesa, utilizaban cubiertos y bebían vinos, y los adultos
se alimentaban con biberones y compotas.
Los maestros estaban obligados a defender y difundir la mentira e incitar
el odio a la verdad.
Allí todos dormían de día y aparentaban trabajar de noche. Como la
puntualidad era la norma, los transeúntes caminaban hacia atrás para ver mejor,
poder andar más rápido y llegar más pronto. Por esto, cuando se les veía venir
en realidad se estaban alejando y cuando se les creía lejos estaban cerca.
Entre ellos era normal el principio de la inversión: decir sí significaba no, y no quería decir sí, arriba era
abajo, abajo arriba, encima debajo, debajo encima, gordo flaco, flaco gordo,
feo hermoso, hermoso feo, largo ancho, ancho largo, negro blanco, blanco negro
, bueno malo, malo bueno, puro impuro, impuro puro, corrupto honrado,
honrado corrupto, culpable inocente, inocente culpable, condenado absuelto,
absuelto condenado.
Los brutos tildaban de estúpidos a los inteligentes y se alababan,
condecoraban e incensaban entre sí. Y, por ley, los inteligentes debían rendir
tributo a los mentecatos, mentir a su favor y elaborarles escritos y tesis
doctorales así como libros que terminaban en bestsellers bendecidos y premiados.
Todo marchaba “a la perfección, por las vías del progreso”, según la voz
oficial, conforme a la cual “los estudiantes egresaban de las instituciones ejemplarmente
adiestrados para enfrentar y resolver aun los problemas más intrincados en
cuestiones de educación, economía, ciencia, tecnología
y salud”. Obviamente, eran llamados de otros países, que les imploraban
de rodillas para que aceptaran su oferta de los cargos más altos.
Es que el rey (“Embustero XVI”) y sus secuaces tenían como norma de honor
exagerar las bondades del sistema, asegurando que sus servicios públicos
“ondeaban el pináculo de la excelencia”, en la que aventajaban aun a los países
más avanzados. Igualmente procuraban que las leyes del reino -superabundantes-
fuesen las más voluminosas en la materia, para pregonarlas en los congresos
internacionales y lograr votos. Todo lo cual contrastaba con la realidad de que
en Placencia se admiraba y rendía culto a la mentira, al crimen, a la crueldad,
a la traición, a la depravación, y en la misma proporción se temía, se odiaba y
se daba muerte a la verdad en todo momento y circunstancia.
En medio de tal obscuridad, no pudo ser menos sino que Placencia fuera
declarada “paradigma universal del deber ser”, por lo que los imitadores, que
tanto abundan, se precipitaron a copiar el modelo, “para progreso del mundo y
beneficio de la humanidad”.
Desgraciadamente, no mucho tiempo después de la declaración honorífica,
ocurrió algo que provocó consternación en el mundo, y fue que, por disposición
real, los habitantes del reino fueron obligados a caminar con la cabeza y a
pensar con los pies. Por consiguiente, los libros, los carteles,
los avisos, los textos escolares, las obras científicas o filosóficas, las
leyes, los breviarios de oraciones, debían imprimirse al revés y ser leídos e
interpretados al revés. Por eso no causó sorpresa que defender la verdad, el
honor, la dignidad; abogar por lo justo; hacer valer el respeto por los
auténticos valores; velar por la niñez, por la ancianidad; exigir la
realización del bienestar del pueblo, quedase absolutamente prohibido, so pena
de presidio o muerte. En cambio, ser falso, embustero, cínico, fingidor, ladrón,
perverso, irresponsable, deshonesto, mediocre, fue cada vez más aplaudido y
digno de encomio. Quienes en las aulas enseñaban la verdad, no fomentaban el
engaño, no alentaban la inmoralidad, no incrementaban los vicios, no
trastornaban los colores, eran objeto de befa y degradación.
Se impuso, así, el imperio de la ilógica, que, a fuerza de tanto
repetirse, con tanta insistencia y en tanta proporción, terminó por ser asumida
como lo recto y lo correcto, sentando parámetros propios, estructuras propias y
sistemas de ideas, que tenían como fuente y fundamento el absurdo, en todo caso
determinante para las conciencias y para las conductas.
Cuando todo quedó consumado, hubo que concluirse que el absurdo tiene su
propia lógica.
0 comentarios:
Publicar un comentario