ISADORA
Juan Josè Bocaranda E
Parecía que Palas Atenea, protectora de los
héroes, también la protegiera. ¡Ella, la
heroína del vértigo en el viento, del viento entre los velos, de los velos
hechos girón de luces en el viento!
Ahora regresaba a su querida Grecia. A la
Grecia del sentimiento ancestral que se
presiente, rebelde al mero accidente de las geografías.
Estaba allí. Más hermosa que nunca. Pero
también triste como nunca. Y sin embargo
esplendorosa en su trágica belleza de portentosa sublimidad.
Ya había perdido a su esposo entre las
sombras. También a sus hijos. Y ella
misma portaba consigo el signo de la muerte. Entre las brumas parecía
entreverse el enredo de la rueda con el chal...
Ella querìa danzar para el pueblo. Entregarse
al viento. Emerger ante todos como un
lampo viviente de aquella antigua Grecia ida, cuyos cantos de misterio ondeaban
entre los muros de Dionysos y Epidauro.
Se concentraron frente al Partenón. Y ella
compareció a la cita. Danzó con un fuego renovadamente nuevo. Como si buscase
plasmar en ella y en sus líneas y figuras, las líneas del propio templo en el
más puro movimiento.
Todos quedaron pasmados. Un grito de sorpresa,
de admiración, de lastimoso
interrogante, arrancó del enorme pecho de la multitud cuando desapareciò, en
uno de los giros en que ella parecía recoger entre las manos la fuerza telúrica
de los dioses en derrota de siglos. Quedó velada a todos los ojos. Dicen que
fue una tenue forma de desaparecer sin el dolor de las despedidas. Dicen que en realidad se
con-fundió con las líneas del mármol inmortal. Dicen que ella era la propia
Minerva y que, dueña de la danza como por derecho propio, simplemente había
tomado posesión de sus dominios.