martes, 24 de junio de 2014

LA NOCHE DE LAS CALLES. Juan Josè Bocaranda E





LA NOCHE DE LAS CALLES
Juan Josè Bocaranda E

¿Quién tiene autoridad moral para describir cómo son las calles en la noche cuando no se tiene adónde ir?
Yo. Porque lo viví…o, mejor aun, porque “lo morí…”

Actualmente estoy en el “bardo”, tiempo entre dos vidas que transcurrimos aquí, después de la muerte, preparándonos para una nueva “jornada”.

Estoy próximo a reencarnar. Naceré en la misma ciudad donde fallecí un 4 de agosto del año 2000. Naceré a trece años de ese momento…

Quiero consignar mis memorias antes de que las pierda, al descender al plano denso que me espera.
…………….

Por circunstancias que no viene al caso detallar,  llegó un momento en que la vida, el destino o la suerte, no sé, me arrojaron a las calles, cuando acababa de cumplir treinta y ocho años de edad. Había quedado, absolutamente, sin familia. Los amigos me habían dado la espalda desde que la prensa me describió como un ser abyecto, involucrado en un desfalco  cuantioso. Todo tan falso, tan irreal e injusto, que la vida miserable que entonces comenzaba para mí, fue mi mejor testigo. Si hubiese obtenido algún provecho pecuniario de aquel embrollo, no  hubiese vivido la penuria que habría de acompañarme hasta mi muerte, que me sofocó  en plena calle, en medio de un basurero.

Pero, no es mi intención relatar los vaivenes de mi vida durante los treinta años siguientes…Sólo voy a referirme, y muy  brevemente, a mi primera noche...

Esa tarde de mi primer día de desgracia, fue para mí un hachazo en plena nuca. Expulsado de la pensión por falta de pago, salí de allí a la una de la tarde. Apenas logré salvar una pequeña maleta con algunas prendas de vestir, unas fotografías de mi familia y otros enseres de uso personal…Lo demás quedó en poder de la dueña del establecimiento “como forma de pago”…

A medida que avanzaba la tarde, comencé a sentir un peso enorme sobre la espalda; y el peso crecía y crecía cuanto más se acercaba la noche con su manto incierto.

La pequeña maleta se me hacía cada vez más pesada e insoportable.

Como no sabía adónde ir, me sentía aplastado, sin ganas de moverme. Me asfixiaba una mezcla horrible de angustia, tristeza, soledad y miedo. Me palpaba el pecho para ver si aún tenía corazón, pues me parecía más bien un ave muerta o una nuez seca. Y ello me acrecentaba el miedo, porque creía que la muerte me era inminente.

Recuerdo que esa primera noche una señora, no sé  por qué,  se condolió de mí y me brindó un plato de sopa y un pan. Le di las gracias y me paré en la esquina. Las calles se veían desiertas. Muy pocos vehículos. Uno que otro transeúnte.

Ah. La angustia y la sensación de soledad y desamparo que me asaltaron cuando me detuve en una encrucijada de cuatro calles. Entonces se me vino encima, en un instante, el inoportuno pensamiento de que todo ser humano debería gozar de la satisfacción de tener un destino, porque ello lo revitaliza con la esperanza, lo sustenta con la alegría, y lo alimenta  con la fe.  ¡Qué horrible carecer de razón o motivo para optar por una u otra calle!. Es como si las propias calles nos arrojaran poncheradas de desprecio, dándose el lujo de cerrarnos paso.

Temblaba no sé si por miedo o por frío, tal vez por fiebre. La primera de las mil fiebres que pasaría a la intemperie durante treinta años.

Mienten, por cierto, quienes dicen que uno se acostumbra. Jamás me acostumbré ni a la fiebre, ni al hambre, ni al dolor, ni a la soledad, ni a las humillaciones, ni al desprecio…todos forzados...

¿Qué uno no se enferma? ¿Para qué si la enfermedad comienza desde el primer día y jamás termina?

¿Qué uno vive despreocupado, sin responsabilidades? ¡Mentira! Sería antinatural. Lo que pasa es que la vida no nos da alternativas. Pero el dolor lo llevamos dentro, como una garrapata aferrada al pleno corazón…

Las piernas no me sostenían. Era como si supiesen y me dijeran “pero ¿para que vamos hacia allá, o hacia acá, si nada ni nadie nos espera?. No desperdiciemos energía, Vamos a descansar”…

Yo miraba las calles, brillantes como espejismos, que llevaban al infinito de la nada, sin ninguna esperanza…y eso desalienta a cualquiera.

Sin embargo, no me quedaba otra sino andar adonde las piernas decidieran ir por su cuenta…

Empuñé mi pequeña maleta y avancé por la penumbra en dirección a no sabía dónde…

Ya iría perdiendo por el camino de los años, trozo a trozo, aquella maleta. Por eso, cuando la policía recogió mi cadáver, sólo halló unos cartones, donde yacía yo, un despojo humano, un zurrón podrido…

 No. De la soledad lacerante de las calles no puede hablar sino el que las haya vivido, o, más exactamente, “el que las haya muerto, como yo”…

.........
Actualmente estoy planificando mi nueva vida en la Tierra. Ya lo tengo decidido y previsto en todos sus detalles. Serè físico nuclear, tendrè una familia estable, una esposa excelente y tres hermosos hijos que me darán muchas satisfacciones en medio de una vida apacible. Porque unas se pierden y otras se ganan. O, como me place decir: “unas son de sal y otras de harina”. ¿O no?

sábado, 14 de junio de 2014

BERGANTÌN DE PIRATAS. Juan Josè Bocaranda E







BERGANTÌN DE PIRATAS
                   Juan Josè Bocaranda E

“No. No es que fueran en modo alguno inteligentes, sino  tan especialmente hàbiles para el mal, que no podìa suponerse sino que el propio Diablo les calentaba los cachos…”

Asì dijo  el gurù Trankasondas Mochi Lankas para iniciar la edificante antiparabòlica de aquella mañana:

Un bergantìn lleno de piratas, que recorrìa los mares sembrando el terror, estaba tripulado y dirigido por dementes, cìnicos, torpes, perversos y sanguinarios.

Y no podían faltar las víctimas destinadas a su servicio. Cuando abordaban un barco, una vez  dominados tripulación y  pasajeros, los acuchillaban y arrojaban  al agua, a menos que los calificasen como “utilidad mínima”, lo que salvaba la vida a unos cuantos, quienes eran destinados a los oficios màs abyectos.

Entre estas tareas asquerosas se destacaba la de lavar las medias de los bergantes, ante lo cual todos preferìan diez mil veces, hacer la limpieza de las letrinas.

Ninguno de estos oficios era realizado por los piratas, pues si en algo estaban de acuerdo mas allà de atropellar, asesinar y robar, era en “el principio ètico de la dignidad profesional”.

Por supuesto, también sobrevivìan los que servirían en la cocina. Porque a los piratas no debìa faltarles la buena mesa, por lo cual se esmeraban en mantener las alacenas siempre repletas, surtidas con viandas  de primera calidad, robadas, naturalmente, a los barcos pirateados.

Asaltaban y despojaban impulsados, sobre todo, por la envidia y por el recuerdo de la miseria que habían vivido antes de dedicarse a la digna profesión de piratas, cuando se alimentaban de ratas y cucarachas en  los tugurios de los puertos. Allì  se atormentaban mutuamente, siempre a la espera  de que algún dìa les llegarìa la hora de la revancha y la oportunidad para empuñar el poder.

Obviamente, no podían faltar las mujeres salvadas de la muerte debido a la hermosura y  no pocas veces a la juventud, y todo ello a título de “carne fresca”, como lo gritaban, relamièndose, borrachos, en las muy frecuentes francachelas perpetradas  entre popa y proa. La “carne de primera” fue, como siempre, privilegio de los jefes, quedando la “ de segunda” para diversión y gusto del perraje bergante.

Era relevante norma de la “Etica de los Piratas”, no permitir en ninguna circunstancia que las víctimas emitieran ni  la màs mínima protesta, fuese cual fuese la naturaleza y la magnitud del abuso, de la prepotencia o del crimen. Del mismo modo, la ética los obligaba a forzar a las víctimas para que alabasen en forma permanente aquel régimen de maldad, crueldad, abyecciòn y muerte, imperante en el barco del infierno. Para entonar debidamente los Te Deum, había sido incorporado a la nòmina pirata un cura disidente, con pata de palo, parche en el ojo y puñal consagrado, a quien llamaban “Padre Piraña”.

Parecìa como si a las víctimas se les hubiese cercenado la lengua. Y si alguno trataba de comunicarse por señas, era lanzado  a los tiburones en forma sumarísima, ipso facto, como decìan los leguleyos de la negra tripulación, cuando competìan en lanzar piropos en latìn a una luna sonrojada de verguènza.

Bajo la norma ominosa del silencio màs absoluto,  sucedió que estando los piratas entregados de tal manera al engreimiento, a la prepotencia, a la idea de perpetuarse en el disfrute del poder, a la pretensión de una impunidad a ultranza, a los vicios, al desenfreno, a la voracidad, al abuso, a la perpetración de crímenes y robos y a la planificación de nuevas formas del mal,  que no quisieron darse cuenta de que el agua había inundado las bodegas y las salas de màquinas, y de que muy pronto el barco habrìa de naufragar, sin que nadie pudiera evitarlo.

Y asì fue. Sòlo cuando estaban haciendo glu-glu, pudieron percibir  la cercanìa de la muerte, que les llegó a todos por igual, si bien los bergantes se destacaron por la cobardìa y la indignidad, gimiendo y gritando de pavor,  como viejitas, cuando los tiburones, sus colegas, les hacían de las suyas, devorándolos de cuatro grandes dentelladas. Porque asì son los criminales y los guapetones cuando les llega la hora y las medias se les chorrean.

“Y colorìn sin colorete” - finalizò el gurù, quien, para cerrar debidamente, trajo a cita las infaltables escrituras:

“El maestro dice: que los  malparidos se agarren de las greñas,  porque lo que viene de los cielos es enea. Asì será. Asì tiene que ser…Palabra de Dios…”


domingo, 1 de junio de 2014

MIS CANTOS MERIDIALES. Juan Josè Bocaranda E

MIS CANTOS MERIDIALES
      Juan Josè Bocaranda E
 





Dàmaris:
Hay quienes cantan
matinales,
hay quienes cantan
vesperales,
y hay quienes cantan
nocturnales. 

Yo por mi parte canto
meridiales 
porque tambièn el mediodía tiene su encanto.

Encanto como de flor,  de  pomarrosa y de mastranto, 
encanto como del iris, del azul  y de las rosas.
El encanto de que brilla más el  día
y de que al medio día
luces con mayor esplendor y más hermosa.
El  encanto de que nuevamente voy
a tu encuentro 
a que nos unan el apetito y el amor
en el almuerzo.
 



MODELOS ECONÒMICOS Y DERECHOS HUMANOS. Juan Josè Bocaranda E




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Gracias…