“CIUDAD CORCOVA”
Juan Josè Bocaranda E
Temerosos de que los atracaran y les
arrebataran la joroba, los jorobados
decidieron fundar su propia ciudad que, claro está, sólo podía ser habitada por
jorobados. Nació, así, “Ciudad Dromedaria” que algunos llamaban, simplemente,
“La Dromedaria” y no pocos “La Corcovada”.
Tener una quinta o mansión en “La
Dromedaria” otorgaba cachè y acrecentaba prestigio. Por ello los nuevosricos viajaban al extranjero para
implantarse brillantes jorobas, con el
mismo afán de novelerìa que animaba a las mujeres a sustituirse modestas copitas fipo frinè, por copones
abundandantes como de vaconas holandesas.
“La Dromedaria”se anunciaba desde muy lejos
porque la gran muralla estaba coronada, entre dos almenas y frente al puente
levadizo, por una joroba descomunal, de hormigón armado, pintada con llamativos
colores.
Durante la noche, la joroba-símbolo,
fosforescente, se destacaba como seria
advertencia para los merodeadores, muchos de los cuales desaparecìan para
siempre y sin dejar rastro.
Por las avenidas superiores de la muralla
patrullaban las moto-jorobas, de férrea
disciplina militar y acendrado celo patriòtico.
El acceso a la ciudad estaba constituido
por una sola puerta, custodiada por un ejército de samuráis jorobados, que
sabían utilizar la joroba para propinar martillazos mortales.
Como la cosa prometía, algunos extraños se
colocaban jorobas de plástico, pero eran descubiertos y castigados con penas
cuadruplicadas, como lo merecen todos los tramposos, jorobados o no. Otros, más
decididos, se practicaban costosas operaciones quirúrgicas para que les
incorporaran las jorobas dejadas por los difuntos, si es que las dejaban, pues
muchos estaban tan apegados a ellas, que se las llevaban al otro mundo para
seguir con la buena suerte.
Para recibir el título universitario en
Ciudad Corcova, era requisito indispensable que la joroba satisficiera
exigencias mínimas de dimensión y elegancia, por lo cual en el acto de
graduación se utilizaban togas escotadas que permitieran ver desnudas, a lo
lejos, las jorobas lustrosas y felices, para complacencia y gozo de todos los
presentes.
Para ser funcionario de carrera, era
indispensable cumplir con exigencias
muy, pero muy especiales, relativas a las jorobas, cuyas características eran
señaladas en manuales ultrasecretos que sólo “los privilegiados de la corcova”
podían manejar.
Hubo una época en que por cuestiones de
elegancia establecidas en los protocolos internacionales, se exigió a los
graduandos proporción específica entre el volumen de la joroba,
el volumen de la barriga y el volumen del nalgatorio. Pero, como no
había suficientes nalgudos –aunque sí muchos barrigones- se dejó de lado esta
meticulosidad antidemocrática.
En los “tribunales de la Corcova” los
jueces medían los casos, no por razones, sino por torceduras. Por supuesto, la
justicia también era jorobada. Es más: para todos ellos lo recto repugnaba, por
esencia, a la razón. Y la razón les decía que
la rectitud estaba en la joroba, así como los sabiondos de la “Matemàtica
Corcovada” afirmaban que la distancia más corta entre dos puntos era la joroba.
La alegoría de la justicia también fue
modificada: la tradicional representación romana, en una señora tuerta y obesa,
con una balanza en la mano izquierda y una espada en la derecha, sosteniéndose
milagrosamente los fustanes, fue
reemplazada por la figura de una Miss moderna, hermosa, ligera de ropa, con
amplia y brillante sonrisa, y con una joroba descomunal y digna, que contribuía
a resaltarle la belleza.
Por otra parte, era de ver y de
admirar a los siempre interesados
estudiantes de Derecho, en prosternación servil ante jueces y profesores
cargados de jorobas bursátiles, a quienes prometìan emular en sobajamientos
protocolares y diplomàticos.
Una escribiente, estudiante de Derecho, escondía los expedientes en el extremo sur de la joroba, hecho que, desde ya, le generaba cuantiosos emolumentos.
La corrupción, la perversión, la
injusticia, la traición y muchas otras virtudes democráticas, se sembraron y se
extendieron como una enredadera fatal en La Corcova.
Una noche, una enorme y furiosa tormenta de
arena dejó sepultada para siempre la ciudad de los jorobados, bajo cuyas
cenizas yacen hoy los cadáveres de sus habitantes en las posiciones màs
abyectas e inverosímiles. Entre el polvo sobresale una parte de la joroba de hormigón que una
vez fuera el orgullo de los jorobados, yo uno de ellos…
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