jueves, 9 de julio de 2015

LA CREMACIÓN DE MI ABUELO. Juan José Bocaranda E








“TIERRA AL VIENTO” O LA CREMACIÓN DE MI ABUELO

-No se les ocurra enterrarme. Nada de gusanos. A mì me tienen que cremar, y si no lo hacen, los atormentarè todas las noches.
Al dìa siguiente de la cremaciòn fuimos a los jardines de la Universidad, donde mi abuela arrojò al aire las cenizas de mi abuelo, y dejó el cofre “por allì”, tal como  “Cachucho” lo había dispuesto.
-No traigan a la casa ni siquiera la caja. Eso es pavoso y no nos dejarà descansar ni a ustedes ni a mì.  No hagan como mi prima Josefina, quien pretendió montar un altar con la “andaluza”,  los calcetines y los zapatones de mì tìa Paquita.

No hubo velorio ni nada parecido. Se escuchò música semiclàsica.
-Hàgan como si nada hubiese ocurrido. Y si alguien pregunta por mì, le dicen que me fui al Japòn a estudiar artes marciales o que me metì en un lamasterio tibetano.

Tampoco se dio a conocer la noticia del fallecimiento.
-No lo digan a nadie. No merecen esa alegría los que se la pasaron la vida deseando mi muerte.

A anochecer, mi abuela, mi padre, mis dos tìos y yo, nos sentamos en la sala, en absoluto silencio.  Nadie derramò ni una sola làgrima. Por lo menos no se notò.
-No lloren, que las làgrimas roban la energía que se necesita para otras cosas.
Sin embargo, alguien rompió el silencio y, como ante un deseo común, se diò a recordar anécdotas cuyo protagonista había sido mi abuelo. Yo me limitè a escucharlas, reservándome las que sentía màs cercanas, para momentos de reflexiva soledad…Porque mi abuelo era asì: de todo sacaba oportunidad para una enseñanza. No en vano había sido maestro de escuela desde muy joven. Por ello estaba preparado para ir brindándome lecciones, en forma adecuada a mi edad, hasta donde alcanza mi memoria de los primeros años, cuando iba a buscarme todas las tardes al colegio.

Bien recuerdo aquella tarde lluviosa…cuando, teniendo yo unos tres años de edad, cursaba el primer nivel… Mi madre no me había colocado la chaqueta en el morral. Mi abuelo se quitò la suya para protegerme de la lluvia y yo le dije ¡Pero te vas a mojar, abuelo!;  èl me respondió “me protegerè con el sombrero”; y se calò aquel sombrero negro que le hacìa ver como un campesino. Fue mi primera lección de desprendimiento, de generosidad…