miércoles, 2 de septiembre de 2015

PANCHITO ZK1 Y YO Juan Josè Bocaranda E




PANCHITO ZK1 Y YO
Juan Josè Bocaranda E
 

PanchitoZK1 me importunaba a cada momento. Parecía que lo estuviera afectando algún corto circuito en el área gutural. Hablaba y hablaba.
-Amigoooo. Quierooo un corazooón. Deseooo teneeer corazónnn
-¿Para qué quieres corazón, Panchito…No me dejas trabajar. Debo cumplir con este pedido. Estoy por terminar otro robot.
-Quierooo un corazónnn para amar. Deseo darle todo mi amor a una mujer. Y tener muchos robots y amarlos. Y amar la luz, las cascadas, el mar, los amaneceres, los arreboles, las flores y las aves y los libros y la poesía  y a la humanidad. Quiero saber condolerme por los que sufren y tener compasión por los pobres y por quienes no tienen alimentos ni techo, ni salud, y…
- ¡Panchito! …!Pero si ya tienes corazón!
 

jueves, 9 de julio de 2015

LA CREMACIÓN DE MI ABUELO. Juan José Bocaranda E








“TIERRA AL VIENTO” O LA CREMACIÓN DE MI ABUELO

-No se les ocurra enterrarme. Nada de gusanos. A mì me tienen que cremar, y si no lo hacen, los atormentarè todas las noches.
Al dìa siguiente de la cremaciòn fuimos a los jardines de la Universidad, donde mi abuela arrojò al aire las cenizas de mi abuelo, y dejó el cofre “por allì”, tal como  “Cachucho” lo había dispuesto.
-No traigan a la casa ni siquiera la caja. Eso es pavoso y no nos dejarà descansar ni a ustedes ni a mì.  No hagan como mi prima Josefina, quien pretendió montar un altar con la “andaluza”,  los calcetines y los zapatones de mì tìa Paquita.

No hubo velorio ni nada parecido. Se escuchò música semiclàsica.
-Hàgan como si nada hubiese ocurrido. Y si alguien pregunta por mì, le dicen que me fui al Japòn a estudiar artes marciales o que me metì en un lamasterio tibetano.

Tampoco se dio a conocer la noticia del fallecimiento.
-No lo digan a nadie. No merecen esa alegría los que se la pasaron la vida deseando mi muerte.

A anochecer, mi abuela, mi padre, mis dos tìos y yo, nos sentamos en la sala, en absoluto silencio.  Nadie derramò ni una sola làgrima. Por lo menos no se notò.
-No lloren, que las làgrimas roban la energía que se necesita para otras cosas.
Sin embargo, alguien rompió el silencio y, como ante un deseo común, se diò a recordar anécdotas cuyo protagonista había sido mi abuelo. Yo me limitè a escucharlas, reservándome las que sentía màs cercanas, para momentos de reflexiva soledad…Porque mi abuelo era asì: de todo sacaba oportunidad para una enseñanza. No en vano había sido maestro de escuela desde muy joven. Por ello estaba preparado para ir brindándome lecciones, en forma adecuada a mi edad, hasta donde alcanza mi memoria de los primeros años, cuando iba a buscarme todas las tardes al colegio.

Bien recuerdo aquella tarde lluviosa…cuando, teniendo yo unos tres años de edad, cursaba el primer nivel… Mi madre no me había colocado la chaqueta en el morral. Mi abuelo se quitò la suya para protegerme de la lluvia y yo le dije ¡Pero te vas a mojar, abuelo!;  èl me respondió “me protegerè con el sombrero”; y se calò aquel sombrero negro que le hacìa ver como un campesino. Fue mi primera lección de desprendimiento, de generosidad…

jueves, 12 de marzo de 2015

ISADORA Juan Josè Bocaranda E




ISADORA
Juan Josè Bocaranda E

Parecía que Palas Atenea, protectora de los héroes, también la  protegiera. ¡Ella, la heroína del vértigo en el viento, del viento entre los velos, de los velos hechos girón de luces en el viento!
Ahora regresaba a su querida Grecia. A la Grecia del sentimien­to ancestral  que se presiente, rebelde al mero accidente de las geografías.
Estaba allí. Más hermosa que nunca. Pero también triste como nunca. Y sin  embargo esplendorosa en su trágica belleza de portentosa sublimidad.
Ya había perdido a su esposo entre las sombras. También a sus hijos. Y  ella misma portaba consigo el signo de la muerte. Entre las brumas parecía entreverse el enredo de la rueda con el chal...
Ella querìa danzar para el pueblo. Entregarse al vien­to. Emerger  ante todos como un lampo viviente de aquella antigua Grecia ida, cuyos cantos de misterio ondeaban entre los muros de Dionysos y Epidauro.
Se concentraron frente al Partenón. Y ella compareció a la cita. Danzó con un fuego renovadamente nuevo. Como si buscase plasmar en ella y en sus líneas y figuras, las líneas del propio templo en el más puro movimiento.

Todos quedaron pasmados. Un grito de sorpresa, de admira­ción, de  lastimoso interrogante, arrancó del enorme pecho de la multitud cuando desapareciò, en uno de los giros en que ella parecía recoger entre las manos la fuerza telúrica de los dioses en derrota de siglos. Quedó velada a todos los ojos. Dicen que fue una tenue forma de desaparecer sin el dolor de las  despedidas. Dicen que en realidad se con-fundió con las líneas del mármol inmortal. Dicen que ella era la propia Minerva y que, dueña de la danza como por derecho propio, simplemente había tomado posesión de sus dominios.

viernes, 6 de marzo de 2015

LA PESEBRERA. Juan Josè Bocaranda E




LA “PESEBRERA”
Juan Josè Bocaranda E

Habìa estado sin empleo durante varios meses. Sobrevivìa “picando” aquí y “picando” allà. Lavando carros, haciendo entregas en alguna tienda, vendiendo frutas de puerta en puerta, lavando platos ocasionalmente en algún restaurante, a cambio de comida; “dando briquitos de gestor” –como èl mismo decía- cuando iba a tramitar, por ejemplo, la copia de un documento, o a pagar la luz, el agua o el aseo urbano, porque se lo pedìa alguna señora desvalida, etc. Y no pocas veces lo auxiliaron los amigos, que estaban, por cierto, casi en las mismas, rascándose los bolsillos a ver si san pelotas había agachado el dedo.

Una tarde, casi al anochecer, el dueño del restaurante le propuso trabajar fijo, como auxiliar del cocinero, para lavar la vajilla apenas fuera devuelta, porque la clientela era numerosa y los utensilios poco abundantes. En muchas ocasiones, como no había tiempo ni persona encargada de lavar la vajilla, el dueño dejaba entrar a los dos perros que tenìa en el patio trasero, y les encomendaba comerse las sobras y dejar limpios los platos.

Pero, esa vez le ofreció trabajo, y Florencio aceptò gustoso. Aunque el sueldo no sería mucho, por lo menos podría almorzar y cenar allì.

El plato único que se servìa como almuerzo  en el restaurante “Lusitano”, eran los espaguetis con bistec, queso rayado, un pan y un refresco. El sabor de los espaguetis y del bistec era agradable. El cocinero conocía su oficio. La clientela era abundante porque por allì, en el centro de la ciudad, era lo màs económico. Concurrìan muchos empleados públicos, pues muy cerca estaban los Ministerios de Educaciòn, de Finanzas, de Relaciones Interiores y el de Higiene y Salud Pùblica.

Cumpliò seis meses como empleado del restaurant y a fin de año recibió las utilidades. Las aprovechò para comprarse ropa y calzado y para enviarle dinero a su madre, que sobrevivìa en el interior del país, al cuidado de dos hijas.

Como era época, el dueño del restaurant hizo preparar platos navideños, lo que reduplicò la clientela.

Un veinte de diciembre el restaurante estaba màs repleto que nunca. Muchas personas aguardaban de pie a la espera de asiento. Las ventas de motivos de Navidad atraían a mucha gente, incluso del interior del país.

De pronto, un grito de mujer casi revienta las vidrieras del restaurante. El silencio irrumpió en forma instantánea y notoria. Un atraco. Un vahído. De todo podía esperarse en una ciudad convulsionada.

No. La cliente había hallado entre los espaguetis una señora cucaracha, de esas que llaman “pesebreras”, porque sòlo se les ve en tiempos de Navidad.

Todos los clientes se pusieron de pie al mismo tiempo y se apresuraron a presenciar el espectáculo.

Del vientre de la “pesebrera” emergìa una hebra que se movìa de un lado a otro como una lombriz con la danza del vientre: era una tripa de las entrañas de la bicha.

Impulsados por el asco, fueron abandonando el restaurante sin pagar. Para colmo, estaba presente un funcionarillo  del Ministerio de Higiene y Salud. De inmediato ordenò el cierre del restaurante. Quien “pagò la pata” fue Florencio. El cocinero,  verdadero culpable, supo arreglàrselas ante el dueño, y Florencio fue despedido sin prestaciones, con vergüenza y con cierto mal gusto  en la boca. Tal vez  sabor de cucaracha.






lunes, 23 de febrero de 2015

NOCUENTO. ETANISLADAS. Juan Josè Bocaranda E.




NOCUENTO SIMPLE…
COMO LA SIMPLEZA
DE LAS VIDAS SIMPLES.

ETANISLADAS
Juan Josè Bocaranda E

Etanislao. Viejo. Solitario. Ingenuo. Analfabeto. Muy pobre. Excelente apetito. De muy poco hablar.  Trabaja en una pequeña granja, cuyo dueño es Estèban.

-Etanislao, ¿te tomaste la botella de ron que te traje para celebrar el año nuevo?

-Sì, señor Estèban, como ustè me dijo. Cuando sonò la sirena, me empinè toda la botella de un solo trago…

……

-Etanislao, ¿recuerdas cuàndo fue que pariò aquella cochina que està debajo de la mata de totumas?

-Sì me acuerdo, señor Estèban. Fue una tarde que estaba lloviendo.

….

-Etanislao, ¿y ese retrato de Pèrez Jimènez?

-Es mìo, señor Estèban. Me lo vendió Bruno. Por eso lo tengo en la pared.

-Pero, ¿no sabes que Pèrez Jimènez cayò, que ya no es Presidente?

-No sabìa, señor Estèban.

-Hace dos años que cayò. Quítalo de ahì y bòtalo porque te pueden meter preso creyendo que eras pèrezjimenista.

-Sì, señor Estèban.

….

-Etanislao, ¿y los lentes que te comprè, por què no los estàs usando?

-Me los quitè cuando ustè vino, señor Estèban.

-Pero ¿por què? El doctor te los mandò para que el sol no te dañe los ojos. Tienes que usarlos durante todo el dìa.

-Sì. Pero no querìa hacerle la competencia a ustè que también usa “antiojos”.

….

-Etanislao, ¿y què se hizo la chonga negra?

-¿Cuàl chonga negra, señor Estèban?

-Pues aquella gallina negra, gorda, que me regalò la comadre Eugenia…

-Ah. Yo tenìa mucha hambre y el domingo llegaron a visitarme unos amigos. Nos la comimos en el almuerzo.

-Pero, Etanislao, ¡si esa era la gallina màs ponedora de todas!

-Por eso, señor Estèban. Esa gallina se la pasaba buscando gallo cada rato, y les daba mal ejemplo a las otras.

….

-Etanislao, ¿y què fue de aquella mujercita que tenìas por allà por La Zorra…còmo es que se llama…no me acuerdo…

-Elpidia, señor Estèban

-Sì, sì, èsa….¿què fue de ella, Etanislao?

-Me la jugué en una gallera, señor Estèban.

-¿Què hiciste, Etanislao?

-Que me la jugué apostando a los gallos. Hice una apuesta por el gallo del “Copetudo” Efraìn, y me ganó el compadre Brito…El se llevò a Elpidia pa los laos de La Bichera…ya tienen dos muchachos, mejor dicho, uno, porque yo soi el taita del mayor. Brito no lo sabe. Cuando se llevò a Elpidia, ya el mandao estaba hecho. Estaba empreñada, pero la barriga no se le notaba.

-¿Y no piensas decirles la verdad?

-¿Què gano yo con eso, señor Estèban?

…..

-Etanislao, ¿por què pusiste esas cruces negras en esa pared?

-Porque por las noches venìa una ave negra, mucho màs grande que un zamuro y que tenìa la cabeza roja. Me llamaba por mi nombre. Me asustè mucho y fui por aquí cerca, al brujo Ladiao. Èl me dijo que ese pájaro es la mujer del diablo, que està enamorada de mì y me quiere llevar…pero yo no quiero…


-¡Ah, Etanislao…!


lunes, 16 de febrero de 2015

“MEJOR ANDA MOSCA”- Juan Josè Bocaranda E




“MEJOR ANDA MOSCA”
Juan Josè Bocaranda E.

Comenzaba a declinar la tarde. A una señal de Josìas, el taxi se detuvo en la esquina… Abrieron la puerta y entraron en el vehículo èl y Ana, su querida.

-Buenas tardes. Al Centro Comercial El Trèbol,  por favor.

El vehículo iniciò la marcha,  mientras Ana parecía contener la risa. El taxista los mirò por el retrovisor, receloso. Ella se diò cuenta y como para darle a entender que la risa no se relacionaba con èl, dijo:

-Ah, Josìas. No puedo creer que le hayas dicho esas cosas. Es tan gracioso, que todavía me cuesta evitar la risa.

Y acto seguido le preguntò:

-¿La viste de nuevo después de esa noche?
-Incidentalmente, sì, cuando nos encontramos una tarde en la clínica, pero ella simulò no haberme visto. Se entretuvo conversando con otra mujer, en la sala de espera.

-Es algo muy chistoso, pero para los demás, no para ella, que resultarìa muy avergonzada.

-Mi intención no fue herirla ni hacerla quedar mal ante los demás. Ella me ofendió. Yo tenìa que reir de último.

-Yo te conozco. No te quedas con nada en el buche.

Los dos explotan en una sola carcajada que revienta como un chaparròn repentino y breve.

-A mì no me hagas nada parecido, Josìas. O te la veràs conmigo como no te imaginas. Esas palabras  pueden tener muy malos resultados. De casualidad no te agredió.

-Sì lo hizo. O lo intentò. En medio de las risotadas de tantos que estaban presentes, se sacò uno de los zapatos y pretendió martillarme la cabeza con aquellos tacones puntiagudos que usan ustedes las mujeres. No lo logró porque el novio la contuvo, mientras le murmuraba al oído. La convenciò. Ambos se alejaron rápidamente del lugar.

-Quièn sabe què le dijo…o le prometió…Mejor anda “mosca”, no sea que el dìa menos pensado cobren venganza…

-Espero que no.


Guardaron silencio. El trànsito estaba pesado en aquella hora pico. El taxista los mirò nuevamente por el retrovisor, y les dijo: no se pongan nerviosos, pero un carro nos sigue...