1.EL ENCUENTRO
Como en
el Evangelio, he colocado algunos pocos a mi derecha, porque me traen buenos
recuerdos, y la inmensa mayoría a mi lado izquierdo.
Me
sumergía en mis pensamientos cuando un anciano se sentó en el mismo banco del
parque donde yo estaba. Apenas lo hizo comenzó a decirme, sin preámbulo alguno,
como si se tratase de reanudar una conversación entre viejos conocidos:
“Trabajé
durante treinta años en la administración pública. Ahora estoy jubilado. Mis
tres hijos constituyeron sus hogares y vivo sólo con mi esposa. Tengo tiempo de
sobra para pensar y me resulta inevitable remitirme al pasado, aunque no falta
quien diga que uno no debe pensar en el ayer porque ya pasó ni en el futuro
porque no ha llegado. Pero para mí los tres tiempos son
importantes. Porque del pasado debemos extraer experiencias para el presente,
que será futuro”.
Tomó un
breve descanso. Luego agregó:
“Pensando
en el pasado, he levantado un inventario de las personas que conocí, algunas de
las cuales viven aún. Como en el Evangelio, he colocado algunos pocos a mi
derecha, porque me traen buenos recuerdos, y la inmensa mayoría a mi lado
izquierdo. Y hasta he llegado a construir en mi mente dos libros: un libro
hecho de luz, en el que merecen estar aquellas personas que, vivas o muertas,
me resultaron espiritual o moralmente beneficiosas, y un libro negro, escrito
con las sombras de quienes me causaron el mal o trataron de hacerlo.
La
razón fundamental que me conduce al
libro de luz, es la amistad sincera. La razón de ser del libro de las sombras
es la traición, que implica egoísmo, odio y envidia.
Cuando,
recostado sobre mi “almohada filosofal” tardo en coger el sueño, o cuando me
desvelo, repaso la lista de la luz, tomando en cuenta el rasgo esencial de cada
hecho, es decir, del motivo esencial de los buenos recuerdos. Llego a la
conclusión de que me agradaría sobremanera reencontrarme con esos amigos para
dar calor a la amistad y complacerme en el hecho de que estoy recibiendo de
ellos un beneficio indescriptible moral o espiritual, como ya dije. Y ello me
resulta tanto más deseable cuanto veo la calidad moral de quienes ahora nos
rodean: seres que se creen humanos, pero saturados de egoísmo, malas
intenciones y el deseo de sacar el mayor provecho material o pecuniario a los
demás, con una voracidad propia de tiempos tenebrosos.
En
medio de mi fantasía, según se me califique, supongo que algún día, en ese mar
del misterio que es la vida aquí o en el más allá, volveré a encontrarme con
esas personas –hombres o mujeres- que me traen los buenos recuerdos y que por
ello merecen, en lo que a mí toca, formar parte de mi libro hecho de luz.”
De
pronto dejó de hablar y desapareció sin despedirse ni esperar respuesta. Sin
embargo, no me sorprendí porque en realidad el anciano era yo mismo, inmerso en
las profundidades de mi yo, donde vibra la razón o se agita la locura.
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