jueves, 20 de agosto de 2020

ANTEPASADOS. CUENTOS DE LA TROJA DOS. JUAN JOSÉ BOCARANDA E

 

ANTEPASADOS. CUENTOS DE LA TROJA DOS.

A usted lo han traído a cenar en mi mesa sólo porque estamos en los días de Navidad. Asisto a la iglesia, y el pastor prácticamente me obligó a recibirlo dizque por amor a Cristo. Pero usted no sabe ni siquiera para qué sirve una cuchara, ni distingue entre una tetera de opalino y una ponchera de peltre. Miren cómo consumió toda la sopa de un solo tirón como si se tratase de un chato de mal vino. ¡Y ahora cómo engulle mis buñuelos! Un tigre manifestaría mejores modales. ¿Y para qué es la servilleta, por Dios? Es para enjugarse suavemente los labios y los dedos, no para limpiarse el sudor de la frente ni recibir estornudos. Francamente.  ¿Que no es su culpa? Ah, claro. Lo de la miseria de los barrios orilleros. Siempre se desemboca en lo mismo: en la explotación de los proletarios por nosotros los ricos. ¿Que si toda mi familia ha vivido bien como yo? Claro que sí. Porque venimos de vieja alcurnia. Mi padre, que falleció hace pocos años, era dueño de varias fábricas de vidrio opalino, precisamente. Productos muy cotizados. También poseía viñedos y campos frutales. ¡Pues de dónde iba a ser! El heredó extensas posesiones y mucho dinero obtenido en la explotación de oro y diamantes en África. Sí. África. Mi abuelo era muy rico y pertenecía a la antigua guardia civil de la reina, de quien era la mano derecha y el médico de cabecera. Murió reventado. De una caída. Ya estaba muy viejo para montar a caballo. Pero insistió. ¿Que quién fue mi bisabuelo? Fue un general del Ejército de su Majestad: el General Ferson. Mire. Ése es su retrato. El que está detrás de Usted ¿Ve? ¿Lo ve al lado de la reina? ¿Que quién fue mi tatarabuelo? Fue traficante de esclavos,  y eso lo dice todo. ¿Mis primeros antepasados? ¿Cómo podría saberlo? ¿Quién podría establecerlo? ¿Usted?

 

-Sí, yo. Estoy seguro de que sus primeros antepasados fueron dos monos de Borneo, que seguramente no tenían buenos modales, ni cenaban con manteles. No sabían cómo conducirse en una mesa decente e ignoraban hasta lo más mínimo de urbanidad y buenas costumbres; no tenían sirvientes ni  mayordomos, y ni siquiera se limpiaban la boca cuando comían. Fornicaban en público. Los dos mostraban sus desvergüenzas con los rabos alzados; defecaban sobre las manos y arrojaban la mierda a las personas que se acercaban a la jaula; se comían los piojos entre ellos y chillaban desde el amanecer hasta que se ocultaba el sol. Tampoco fingían ser religiosos, porque no eran hipócritas como usted.

-¡Pero, cómo se atreve, mequetrefe! Eso es lo último que podía esperar. Todo por culpa del Pastor Dimas, a quien reclamaré por obligarme a traer a mi mesa a desharrapados y malolientes pordioseros y a sentarlos frente a mí, en vez de mandarlos a engullir las sobras con el perraje. ¡Lo que es la caridad cristiana!. Renuncio a todos los credos. Aunque mi alma se pierda en el Infierno. Al carajo el Pastor y sus sermones.

 

 

 

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